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Grandes inversiones de Capital y especuladores del mercado

"Los especuladores pueden no hacer daño cuando sólo son burbujas en
una corriente firme de espíritu de empresa; pero la situación es seria
cuando la empresa se convierte en burbuja dentro de una vorágine de
especulación"

El actuar los especuladores, dotan al mercado de la necesaria
liquidez. Muchas de las transacciones cotidianas están ordenadas por
especuladores, sin cuyo concurso los mercados disminuirían
dramáticamente su liquidez. Los inversores a largo plazo,
absolutamente necesarios en la economía, se verían muy perjudicados si
no encontraran especuladores dispuestos a comprar o vender en el
momento en el que ellos quieren hacer la operación contraria, lo que
retraería la inversión, con el consiguiente perjuicio general. Desde
otro punto de vista los especuladores los podríamos definir como
especialistas en correr riesgos. En efecto, cuando las cosas van mal y
todo el mundo quiere vender, son los especuladores los que compran.

Cuando hablamos de 'especulación', tendemos a imaginarnos operaciones
bursátiles financieros; y tendemos también a creer que el precio de
los alimentos y de las materias primas depende en exclusiva de las
condiciones de producción o de la fecundidad de las cosechas. Nada más
alejado de la realidad: desde que la economía abandonó sus cauces
naturales y se convirtió en crematística, nada se ha visto más
sometido a las tormentas especulativas (mucho más lesivas que las
tormentas venidas del cielo) que las materias primas. En los países
europeos tal proceso especulativo adquiere tintes especialmente
siniestros: primeramente, se subvencionó a los agricultores para que
no cultivasen sus tierras (no se nos ocurre forma más diabólica de
subvención), a la vez que se compraba la producción agrícola de países
'tercermundistas' que aseguraban precios más baratos. Esta deriva
suicida ha asegurado durante unas décadas el abastecimiento de los
países ricos, que a la vez que tiraban por la borda una tradición
agrícola y ganadera milenaria se dedicaban a una vida regalada, en
donde la maldición bíblica «ganarás el pan con el sudor de tu frente»
parecía haber sido abolida para siempre. Pero a los especuladores no
les pasó inadvertida esta maniobra; y, a la vez que desarrollaron una
tupida red de intermediarios entre el productor y el consumidor al que
le venden los alimentos a un precio que centuplica la cantidad que
pagaron a sus productores, se han dedicado en los últimos años a
comprar ingentes cantidades de terreno en los países 'tercermundistas'
que les aseguran un control cada vez más eficaz de las materias primas

Así vemos cómo la codicia de los especuladores se desarrolla
simultáneamente en dos flancos: a la vez que obligan a los Estados a
exprimir al contribuyente, reduciendo sus ingresos, aumentan
artificiosamente el precio de los alimentos. Esta rigurosísima tenaza
no hará en los próximos años sino agravarse: en la actualidad, más de
la mitad de las cien mayores economías del mundo no son Estados
nacionales, sino empresas transnacionales que se hallan en disposición
de imponer las reglas por las que deben regirse los Estados y los
mercados; y la tendencia se acentúa a medida que avanzan los estragos
de la crisis. Caminamos hacia una sociedad altamente inflamable, sin
clases medias ni Estados que las protejan; una sociedad entregada al
arbitrio inflamable de los especuladores.

Es evidente que la especulación tiene efectos positivos, pero también
negativo sobre la economía, así como que se puede prestar a abusos.
Será bueno que los poderes públicos frenen esos abusos, para que quede
sólo el efecto positivo; pero todo no puede ser regulado, por lo que
será fundamental que los individuos hagan una valoración ética de sus
conductas. Un tema que se puede plantear desde la Administración es el
socializar una parte de las ganancias de los especuladores (con
impuestos especiales u otros procedimientos). En el caso de bolsa
supongo que un trato discriminatorio sería perjudicial, En todo caso
me parece claro que un individuo puede verse impulsado a devolver sus
ganancias a la sociedad por su ideal ético.

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